lunes, 11 de mayo de 2009

Luciona, Dulcinda y el apuesto príncipe.

La princesa Luciona peinaba sus cabellos desde la alta torre del lustroso y lejano castillo. Tanto era el esmero que le ponía, que sus damas se maravillaban al palpar la suavidad y brillo de aquel inmenso pelo. Era ya tan largo que perfectamente llegaría de la ventana de la torre al suelo y viceversa, por lo que Luciona llegó a la conclusión, por su amplio conocimiento en cuentos tradicionales de otros reinos lejanos, de que había llegado la hora de encontrar a su príncipe. Un día, un príncipe maravilloso se subió a una torre, y decidió que por más que fuera contra los cánones, rompería la estúpida tradición de trepar por un estúpido pelo para conseguir llegar hasta una vanidosa princesa. Con el paso del tiempo, la princesa Luciona, desesperada al ver que nadie acudía a su torre construyó una larga trompeta para anunciar a todos su presencia y la largura de su cabellera, por atribuir a la desinformación su abandono, mientras el apuesto príncipe, enfurruñado, pasaba las horas encerrado en la alta torre de su atrincherado castillo. Rióse de esto otra princesa de menos afamada y larga cabellera que, escandalizada por el ruido de la trompeta de Luciona, decidió salir a dar un paseo para despejarse. Y así llegó sin quererlo al pie de la alta torre del atrincherado castillo, donde miró hacia arriba y al encontrar interesante al príncipe asomado a la ventanuca se puso a cantar. Tan alta era la torre que la comunicación fue imposible, de manera que el apuesto príncipe ni siquiera se percató de su presencia, por lo que la joven princesa decidió hacer uso de su sensatez y llamar al portón del castillo. El rey, feliz por encontrar un poco de cordura y normalidad en aquel reino, hizo pasar a la joven y subir las escaleras de la alta torre, en cuyo punto más alto encontró al apuesto príncipe. Él quedó anonadado por la habilidad de la princesa y ella paralizada ante el dilema que le suponía pensar que su príncipe fuera un vago por quedarse allí sentado simplemente a esperar a una dama, ya que no estaba segura de si sería esto fruto de la insensatez o de una especie de revolucionarismo de la futura realeza que haría a aquel príncipe inmensamente encantador para su gusto, por lo que decidió ponerle a prueba un tiempo en que juntos montaron a caballo, acudieron a torneos, aprendieron música, cazaron dragones y recibieron a amigos y enemigos del castillo. Como conclusión, la joven princesa, que Dulcinda se llamaba, decidió que su apuesto príncipe no era para ella, porque no sabía cazar dragones, no tocaba bien ningún instrumento, no tenía mucha idea de en qué consistía la administración de un atrincherado castillo, y para colmo al preguntarle qué cualidades le admiraban de ella, se refería a su dulce canto y a su deslumbrante belleza, de modo que haciendo acopio de valor, marchó de allí con la cabeza alta por saber que había sido la princesa más valiente que jamás había habido en aquel reino, y se dedicó a viajar por la tierra perfeccionando las técnicas de todas sus aficiones y aprendiendo muchas más, mientras que el príncipe encantador pensó que si tan mal le habían ido las cosas fue por no seguir la tradición de sus ancestros de trepar por una larga cabellera. Así, por enmendar su error, fue a visitar a Luciona, y como desde abajo no vio su ya deformada cara de tanto soplar la trompeta, trepó por el desenredado y lustroso pelo y así, el estúpido príncipe y la estúpida princesa se casaron y, al verse la estupidez humana elevada al cuadrado, fueron muy infelices para siempre.

Moraleja: sea tiempo lejano o cercano, más vale ser Dulcinda que Luciona, y no sé qué vale menos, si ser Luciona y dejarse los mofletes en una trompeta o ni siquiera tener nombre y que le conozcan a uno como príncipe encantador, como intento de cosa interesante que acabó elevando al cuadrado una estupidez humana paralela, por pura dejadez. Un saludo muy cordial a todos los dragones.

5 comentarios:

  1. podrías presentarlo al concurso de cuentos de mi universidad...

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  2. Eres mi lunática favorita. Tranquila las futuras generaciones no escucharan cuentos insolentes, babosos y repipis que distorsionan la realidad. Por lo menos, no en mi clase. Si le cambias unas cuantas palabritas se lo leo a mis niños del cole!!
    Un beseteee
    Esther

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  3. Sí Eshter, le puedo quitar los "estúpidos" y hacerle unas adaptaciones para que lo leas a los niños.
    Advertencia para aquellos que me conozcan: prohibido hacer similitudes con la vida real.
    ¡Gracias por visitarme y dejar un comentarillo!

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  4. ¡Me encanta! Y lo siento, pero no he podido evitar pensar en esas similitudes que dejas entrever, son demasiado evidentes. Y no diré más del tema.
    ¡¡MMUUAA!!

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  5. ¡Pues que quieres que te diga!: No sabes Dulcinda (¿o quizás sí?) ¡la suerte que tienes! ¡Anda que no he conocido yo príncipes encantadores, y "estúpidas" Lucionas que se piensan que "habían ganado" por el hecho de quedarse con él!
    Mola más ser Dulcinda, que aunque sola, se dedica a recorrer lo ancha que es Castilla, y más allá; que como bien decían mis queridos Martes y Trece: " España no se acaba donde se acaba el mar ¡qué va! Hay barcas pa seguir..."
    Pues eso: bienvenida al club Dulcindil, que somos muchas y nos queremos (más que cualquier encantador de esos).
    Besos a mis Dulcindas.

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