viernes, 4 de diciembre de 2009

Ansia desmedida de dulzura.

Casimiro le echó el ojo con ansia, ¡deleite azucarado sabrosón, son, son, la salsa de la vida! “No te vayas, no te vayas” le dijo y, cuando se fue, se quedó más triste que el alpiste, desnutrido, desganado y desviado de su propósito. Qué le costaría a doña Saturnina darle un bocadito de aquel caramelo, el merengue que coronaba su tarta como si fuera una pamela, copete supremo, el sabor de los sabores que deleitan al paladar.

Cuando pasó un ratito, Casimiro recapacitó en su circunstancia y volvió a acercarse a doña Saturnina: “doña Saturnina, se fue usted, no se vaya otra vez” le dijo, y al ver que le miraba con esa cara de espanto que habría hecho echar a correr a cualquiera dijo “bueno pues déjeme arrimar la nariz”, y se llevó tal sopapo que le dejó de oler el olor, saber el sabor y sentir el sentido. Y aquellas tripas rugiendo… “Bueno, si te portas bien a lo mejor te traigo lo que sobre, si es que sobra”, dijo la señora, implantando de manera automática la felicidad en la cara de Casimiro, ¡una esperanza! Y así, en el número 24 de la calle del Olvido se quedó Casimiro sentado esperando una sobra que, por lo que se ve, no llegó a sobrar, porque ni Saturnina tarta en mano, ni merengue, ni deleite azucarado sabrosón, son, son aparecieron nunca jamás por aquella acera tan aromática.

martes, 1 de diciembre de 2009

Exhortación natural.

Sácale brillo a la luna, solete.