domingo, 31 de mayo de 2009

Porque la tortura no es ni arte ni cultura...

"No interesa saber si los animales son capaces de pensar, lo que importa es que son capaces de sufrir".

Leí esto hace poco en algún lugar y llamó mi atención, y al ver la noticia del joven de dieciséis años que está contento porque al fin podrá torear legalmente en su tierra natal, Cáceres (hasta entonces lo había estado haciendo en varias plazas de México), ha venido a mi mente de nuevo. Todo el mundo le aplaude, todo el mundo le vitorea, y todos están contentos, excepto los que no lo están... por la actitud de los padres de permitirle torear profesionalmente sin la edad permitida fuera de España, allá donde sí se puede torear siendo un niño. Y ¿quién defiende al toro?

Soy consciente de que el discurso antitaurino ya está muy visto, pero también de que no está muy bien considerado, y más cuando la postura es radical: ni corridas de toros, ni fiestas con vaquillas, ni encierros, ni alanceamientos (véase el conocido Toro de la Vega de Tordesillas, Valladolid). Por mí podrían y, de hecho, deberían prohibir todos estos actos, y la sociedad en que vivimos condenarlos. Me parece, sin ánimo de ofender a nadie, que son una vuelta a la brutalidad del ser humano, sí, esa que nos horroriza, esa de los coliseos romanos, esa de los asesinatos a sangre fría, esa de los trabajos forzados con esclavos, toda esa brutalidad hacia la que nos sentimos superiores moralmente, esa asignatura que creemos aprobada pero que está más pendiente que las uvas de Vega Sicilia en septiembre.

El hombre es superior al animal, de acuerdo, el hombre come animales, de acuerdo, pero con que el hombre mate, haga correr, asuste o maree animales para divertirse no estoy tan de acuerdo, e infinitamente menos con que esto se considere cultura de un país o región. Me avergüenzo absolutamente de esta tradición, y por más razones que se me den... arte, tradición, en otros lugares se hacen cosas peores... perdonadme, no soy capaz de comprenderlo, la diversión que se alimenta de sufrimiento no tiene cabida en mi mente.



miércoles, 20 de mayo de 2009

¿Dónde está el mando?

Esto va dedicado a personas como yo, a las que se le pierden las cosas justo cuando más las necesitan. En esta ocasión llega el calor sofocante del casi comienzo del verano, y entonces me apetece un poco de fresco en casa. Pero no es una apetencia normal, es una apetencia con una fuerza astronómica, entonces ocurre que la posibilidad de perder aquello que saciará mi apetencia es directamente proporcional a la fuerza que contiene ese deseo. Para los que faltaron a matemáticas ese día: que cuanto más calor tenga, menos encontraré el mando del aparato de aire acondicionado. Además es curioso, porque me he pasado todo el invierno viendo el dichoso mando y cambiándolo de un sitio a otro (siempre de un lado del cajón a otro, pero en el mismo sitio, su sitio), pero ahora voy a buscarlo y, sorpresa, ¡no está! Vamos que ni David Copperfield lo habría hecho mejor. Y el caso es que si cierro los ojos lo visualizo perfectamente, y hasta si me concentro me visualizo a mí diciendo: lo pongo aquí, para que cuando tenga calor lo encuentre rápido. O sea, que encima con recochineo, esto es inaudito, es como si mi propia mente me vacilara. Un saludo a todos los dragones.

viernes, 15 de mayo de 2009

Amor, botánica y casualidad.

En un alarde de pretendida originalidad: “me quiere, no me quiere, me quiere...” y así sucesivamente hasta que “oh no, me dijeron que no existían...” encontró un trébol de la suerte.

martes, 12 de mayo de 2009

Reset

Luis se quedó estupefacto al descubrir que todo lo que él pensaba que así seguro y sin lugar a dudas sería, resultó ser precisa y completamente lo contrario. El vacío que quedó en su interior fue tan inmensa y desproporcionalmente grande que no pudo reprimir la necesidad de cerrar los ojos y buscarse de nuevo. Por desgracia, no encontró un palillo para resetear y se quedó atascado para siempre.

lunes, 11 de mayo de 2009

Luciona, Dulcinda y el apuesto príncipe.

La princesa Luciona peinaba sus cabellos desde la alta torre del lustroso y lejano castillo. Tanto era el esmero que le ponía, que sus damas se maravillaban al palpar la suavidad y brillo de aquel inmenso pelo. Era ya tan largo que perfectamente llegaría de la ventana de la torre al suelo y viceversa, por lo que Luciona llegó a la conclusión, por su amplio conocimiento en cuentos tradicionales de otros reinos lejanos, de que había llegado la hora de encontrar a su príncipe. Un día, un príncipe maravilloso se subió a una torre, y decidió que por más que fuera contra los cánones, rompería la estúpida tradición de trepar por un estúpido pelo para conseguir llegar hasta una vanidosa princesa. Con el paso del tiempo, la princesa Luciona, desesperada al ver que nadie acudía a su torre construyó una larga trompeta para anunciar a todos su presencia y la largura de su cabellera, por atribuir a la desinformación su abandono, mientras el apuesto príncipe, enfurruñado, pasaba las horas encerrado en la alta torre de su atrincherado castillo. Rióse de esto otra princesa de menos afamada y larga cabellera que, escandalizada por el ruido de la trompeta de Luciona, decidió salir a dar un paseo para despejarse. Y así llegó sin quererlo al pie de la alta torre del atrincherado castillo, donde miró hacia arriba y al encontrar interesante al príncipe asomado a la ventanuca se puso a cantar. Tan alta era la torre que la comunicación fue imposible, de manera que el apuesto príncipe ni siquiera se percató de su presencia, por lo que la joven princesa decidió hacer uso de su sensatez y llamar al portón del castillo. El rey, feliz por encontrar un poco de cordura y normalidad en aquel reino, hizo pasar a la joven y subir las escaleras de la alta torre, en cuyo punto más alto encontró al apuesto príncipe. Él quedó anonadado por la habilidad de la princesa y ella paralizada ante el dilema que le suponía pensar que su príncipe fuera un vago por quedarse allí sentado simplemente a esperar a una dama, ya que no estaba segura de si sería esto fruto de la insensatez o de una especie de revolucionarismo de la futura realeza que haría a aquel príncipe inmensamente encantador para su gusto, por lo que decidió ponerle a prueba un tiempo en que juntos montaron a caballo, acudieron a torneos, aprendieron música, cazaron dragones y recibieron a amigos y enemigos del castillo. Como conclusión, la joven princesa, que Dulcinda se llamaba, decidió que su apuesto príncipe no era para ella, porque no sabía cazar dragones, no tocaba bien ningún instrumento, no tenía mucha idea de en qué consistía la administración de un atrincherado castillo, y para colmo al preguntarle qué cualidades le admiraban de ella, se refería a su dulce canto y a su deslumbrante belleza, de modo que haciendo acopio de valor, marchó de allí con la cabeza alta por saber que había sido la princesa más valiente que jamás había habido en aquel reino, y se dedicó a viajar por la tierra perfeccionando las técnicas de todas sus aficiones y aprendiendo muchas más, mientras que el príncipe encantador pensó que si tan mal le habían ido las cosas fue por no seguir la tradición de sus ancestros de trepar por una larga cabellera. Así, por enmendar su error, fue a visitar a Luciona, y como desde abajo no vio su ya deformada cara de tanto soplar la trompeta, trepó por el desenredado y lustroso pelo y así, el estúpido príncipe y la estúpida princesa se casaron y, al verse la estupidez humana elevada al cuadrado, fueron muy infelices para siempre.

Moraleja: sea tiempo lejano o cercano, más vale ser Dulcinda que Luciona, y no sé qué vale menos, si ser Luciona y dejarse los mofletes en una trompeta o ni siquiera tener nombre y que le conozcan a uno como príncipe encantador, como intento de cosa interesante que acabó elevando al cuadrado una estupidez humana paralela, por pura dejadez. Un saludo muy cordial a todos los dragones.

domingo, 10 de mayo de 2009

De lunaticorum (sobre lunáticos).

Nos ocuparemos en primer lugar del origen y significado de la palabra lunático, por ser este lugar apropiado para éstos, y por saber que te volverás de tal condición si mucho rondas por estos lares, y si no probablemente también. Otro día quizá nos ocuparemos del por qué del tan mencionado y poco conocido "por estos lares". Según un conocido diccionario (todos sabemos cuál), lunático es aquel que padece locura, no continua, sino por intervalos. Entendemos intervalos así como los de la luna, y de ahí la referencia de la raíz, ya que lunático, del latín lunaticus, -a, -um, se refiere a lo relativo a la luna. Una fase lunar dura aproximadamente veintiocho días, de modo que si en un período de veintiocho días te sientes en algún momento distinto al resto de la humanidad, percibes que a través de tus ojos el mundo se ve radicalmente diferente, no te entiendes a ti mismo, sientes que te darías de cabezazos con la pared o eres tan feliz que te pondrías a gritar si no temieras al qué dirán social, o incluso si has desafiado ese qué dirán social gritando o de forma similar o no, lo siento, eres un lunático profundo. Y si de vez en cuando miras de noche hacia arriba y te agrada ver a nuestro satélite ahí, y te parece que tiene un no sé qué que algo te hace o te deja de hacer que en cualquier caso te afecta, modifica, alegra, entristece o deja indiferente pero con una bonita visión, eres más lunático profundo aún. Bienvenido.